25 July 2017

El arte de Contagiar Emociones


Las emociones son contagiosas. Quién no ha disfrutado de un ataque de risa compartido o ha dicho la típica frase de “si lloras, me vas a hacer llorar”. Las emociones se comparten y las emociones nos unen. Disfrutar de una pieza musical con alguien lo hace más emocionante, al igual que esperar los resultados de un examen con otra persona nos pone más nerviosos aún.

Pero, ¿por qué nos ocurre esto? ¿qué hace que las emociones sean tan contagiosas? Todo sucede en nuestro cerebro gracias a las Neuronas Espejo, células cerebrales que nos hacen imitar el comportamiento que estamos observando. Por lo que, si vemos a alguien llorar, nuestras neuronas imitarán su emoción y si alguien nos ve sonreír, sus neuronas imitarán nuestro comportamiento.

Este suceso no ocurre exclusivamente con la persona que tenemos enfrente, también sucede con grupos de personas. ¿Alguna vez habéis entrado en una habitación y habéis sentido que “la tensión se puede cortar con unas tijeras” y os habéis sentido incómodos? O ¿habéis ido a ver un monólogo en directo y vuestras carcajadas se han multiplicado por mil comparadas a cuando lo véis en casa?

Y es que, nuestras propias emociones tienen un impacto increíble, no solo en nosotros mismos,  sino también en quién nos rodea. Son contagiosas y nos pueden dar tanto una cura como una enfermedad, por eso hay que ser muy conscientes de ellas e intentar repartir las emociones más positivas posibles para recibir el mismo impacto. Por supuesto, hay personas de todo tipo y días con diferentes emociones, pero es importante tener siempre en mente que una sonrisa compartida con un extraño puede alterar el día de ambos, incluso el de personas ajenas que se han cruzado con la escena. 

Recuerdo un día de verano cuando tenía unos 5 o 6 años. Estaba dando un agradable paseo con mi madre y como era ya costumbre, al poco de andar, empezaba con las típicas quejas de “tengo hambre”, “tengo sed”, “estoy cansada”, así que decidimos entrar a un bar cercano a beber un vaso de agua y tomarnos un sándwich mixto.  Nos sentamos en la barra, y al pedir el vaso de agua el camarero con cara de perro enfadado y de una forma seca y cortante dijo “No servimos agua” y se fue a cocina a pedir el sándwich mixto.

En esa escena mi madre se inclinó hacia mí y me susurró “No dejes que su mal humor te afecte a ti, vamos a hacer que nuestra alegría le afecte a él”, así que, frente a su mal humor, nosotras respondíamos con una sonrisa sincera, amabilidad y simpatía. Este comportamiento debió de sorprenderle de tal forma que no sólo nos dio dos vasos de agua, sino que también nos regaló unos frutos secos de acompañamiento y se despidió con una gran sonrisa y un “¡Volved pronto!”.  Me sorprendió tanto el cambio de actitud que, aunque fuese muy pequeña, me resulta imposible olvidar aquel suceso. Quién sabe, puede que este fuese uno de los primeros momentos que me impulsaron a estudiar psicología.

Contagiad optimismo, contagiad alegría y haced de vuestro entorno un lugar acogedor en el que estar en sintonía con las emociones de los que os rodean.

¡Feliz semana!

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